Fiesta en Nuquí: así es la celebración ambiental más grande del mundo

El Festival de la Migración es una apuesta por la transformación social. Y una excusa para bailar.

Es la mañana que inaugura septiembre y Nuquí se levanta con una nube negra encima. La amenaza de lluvia desentona con los disfraces de la comparsa: 700 niños del municipio chocoano se han puesto colores de pies a cabeza. Son tortugas marinas, mangles, guacamayas. Hay una ballena jorobada y aves. Los disfraces (resultado del trabajo de varias semanas) son un tributo a su tierra, ese cruce entre la selva tropical y el mar cálido Pacífico. El bunde del Festival de la migración, una marcha organizada por y para los niños del pueblo, pasará en un rato por las calles sin pavimento, indiferente a lo que pase con el clima.

El bunde y la chirimía están a punto. Los músicos –dos bandas de cuatro jóvenes cada una– se inquietan con redoblante, flauta y platillos a mano. Y arrancan. Abre la marcha un grupo de pájaros creados con costales. Le siguen las tortugas de papel, las coloridas guacamayas de cartulina, una ballena de tela que mide unos tres metros y que se mueve con la fuerza de varios chicos desde adentro. Los niños saltan, hacen sus porras, todos quieren ganar.

Bunde de la migración.

Bunde del Festival de la migración.

El premio para la mejor comparsa es un viaje de un día al Parque Nacional Natural de Utría, un lugar ubicado a una hora en lancha de Nuquí. El sueño de muchos es ver de cerca, a más o menos 200 metros, las ballenas jorobadas con sus ballenatos. Año tras año, estos enormes mamíferos recorren 8.500 kilómetros, aproximadamente, desde la Antártida hasta el Pacífico colombiano. Allí, los machos cortejan a las hembras para el apareamiento y también, las ballenas dan a luz a sus ballenatos. Les enseñan a nadar, les enseñan a saltar. Son, por esto, la razón de ser del Festival de la migración. 

Los niños bailan, cantan y exhiben con orgullo sus disfraces. Las puertas y ventanas del pueblo se abren y no hay lluvia ni torrente, como anunciaron los rayos. La alegría es regla. Así se celebra la fiesta ambiental en Chocó, que aspira a convertirse en la más importante del mundo.

“Los procesos de transformación humana son muy lentos. Si usted está esperando resultados a corto plazo, se desespera y tira la toalla. Tiene que saber estos procesos se toman 30, 40 años, hay una generación completa en la que hay que incidir”, dice Josefina Klinger, líder comunitaria y cabeza de Mano Cambiada (la corporación que tiene a su cargo la organización y la convocatoria del festival de la migración), quien se ha dedicado a hacer del ecoturismo una manera de vida en la población del Pacífico.

El festival de la migración es una manera de tocar a las nuevas generaciones. La pretensión es mostrarles otras maneras de sacar provecho del territorio, con respeto hacia él, amor y justicia. Con este fin, durante la celebración se incluye una jornada pedagógica en la que participan biólogos expertos en aves y en mamíferos y jóvenes de nueve corregimientos de la zona, entre los que cuentan Arucí y Juradó, y comunidades indígenas embera.

Un día después del bunde, los niños de las comparsas premiadas y algunos jóvenes invitados por Mano Cambiada están listos para Utría. Desde el malecón, antes de embarcarse en una lancha para conocer el parque por primera vez, el líder juvenil del corregimiento indígena El Yucal cuenta que “hace 6 meses, por las necesidades que se presentaban en la comunidad, creamos el grupo juvenil llamado Todo para todos. Y hace una semana recibí la carta de Josefina para venir a participar en un torneo de fútbol”.

El partido fue la excusa perfecta para unir a miembros de su comunidad que estaban en disputa. Pero además, fue un momento de intercambio entre etnias que sirve para derrumbar los mitos que se inventan unos de otros.

“La enseñanza que llevamos es valorar la naturaleza, la fauna. Tal vez nosotros no lo valoramos porque diariamente lo tenemos, pero es muy importante. Es el momento en que cada joven se toque el pecho y empiece a trabajar por cada animal, por cada pez, tanto en el agua como en la selva. Porque ellos necesitan quién los proteja. Estamos listos para poner en práctica lo que aprendimos aquí”, cuenta.

Utría significa “la bella” en lengua embera. La historia dice que hace años, cuando el tiempo no era tiempo, una indígena tuvo su primera menstruación. Le advirtieron no meterse al agua, pero en contra de la indicación, lo hizo y de inmediato se transformó en ballena. Dicen que desde entonces cada año regresa a recordar su origen, que está justamente en Utría.

Josefina dice que este parque tiene energía femenina: “Es un útero donde se juntan la selva y el mar. Ahí, la vida se detiene”. Un brevísimo inventario de belleza natural: la selva espesa junto al manglar, los crustáceos recorriendo la zona, algunos delfines que se encuentran en el recorrido con las ballenas. Y de noche, como un extra divino, en el mar se encienden las noctilucas. Estas son bioluminiscencias que se prenden al tacto.

Los niños ven las ballenas. Algunos les temen porque creen que son monstruos marinos. Otros, en cambio, quisieran tener una en casa. Todos, en silencio, ven lomos grandes y pequeños, una aleta, una cola. Humanos y océano se unen en comunión, como si pronosticaran que el futuro es juntos o no será.

¿Quiénes participaron?

Además de la Corporación Mano Cambiada, que lideró todo el proceso de convocatoria y búsqueda de recursos, la Mesa de Ordenamiento Ambiental de Nuquí y la Alcaldía municipal hicieron aportes. Diferentes representantes de Parques Nacionales Naturales de Colombia, entre biólogos y expertos en ecoturismo, apoyaron también la causa, así como el Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico (IIAP).

 Fuente:Periodico El Tiempo
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