Uno de los maestros más importantes de Danza Oriental en Colombia ha bailado en medio de los obstáculos para inspirar a miles con su arte.
Danza Árabe, Bellydance. Términos que para muchos evocan velos, mujeres sensuales y exóticas. El cliché de la odalisca que baila para complacer al ojo masculino castrante, donde él tiene el poder y ella es solo una simple figura que, como en el cuento de “Alí Babá y los 40 ladrones” solo sirve para distraer al ladrón. Lo que no se cuenta es que ella, bailando con la espada, termina tomando el control de la historia. Y que es una danza milenaria, con historia y leyendas, que también es parte de la cultura tradicional de los pueblos de Medio Oriente. Un arte al que se le dedica amor, virtuosismo, tiempo. Un arte que es universal, que tiene millones de adeptos y fans y que reúne en julio, en Egipto, en el festival Ahlan Wa Sahlan, a miles de mujeres y hombres que ven en sus movimientos felicidad plena.
Y esto lo vio Rashad desde hace 12 años, cuando solo se llamaba Jesús Martín López. Él vio en los acordes majestuosos de la orquesta oriental y en las desgarradoras, pero sublimes y sutiles letras de las canciones árabes, el centro de su universo.
A primera vista, Rashad parece salido de la novela gráfica de Frank Miller, “300”, con sus ojos maquillados, sables, crótalos y turbante. Imponente, cautiva a sus espectadores con sus disociaciones, cada parte de su cuerpo se mueve sola con maestría y elegancia. Pero detrás de esta imagen hay un maestro autodidacta, amoroso y consagrado que tuvo que comenzar a aprender solo en 2006, pues muy pocos dictaban Danza Oriental. “Pensaba que la danza no estaba hecha para mí, porque no tenía mayor plasticidad ni formación. No creí que las Danzas Árabes eran también practicadas por hombres”, narra a Publimetro. Aún así, inspirado en el bailarín australiano Jamil y en la delicadeza y plasticidad de la bailarina de Danza Tribal Rachel Brice, se animó. “Cuando empecé, éramos seis o siete muchachos a lo largo de todo el país. Hoy día ese número ha ido creciendo ya que las escuelas de danza del vientre son más abiertas a recibir hombres en la actualidad. Con dificultad y luego de múltiples experiencias fallidas en las danzas convencionales, decidí acercarme a una escuela de danza árabe, en la que no fui recibido con beneplácito por ser hombre».
«Esta negativa me alentó a decidir explorar solo y aprender así los movimientos característicos de la danza oriental”, expresa. Aunado a esto, la construcción de su imagen en un medio tan difícil y en un país aún más cerrado a nuevas estéticas, donde bailar una “danza de mujeres” va en contravención con las mandatos de la cerrada virilidad tradicional.
Rashad espera acreditarse como maestro en Egipto, en el curso de invierno del reputado festival Ahlan Wa Sahlan, que se realiza en diciembre.
“Ser bailarín de danzas árabes en un país como Colombia es toda una epopeya. Significa dejar de lado tus propios prejuicios y enfrentar cada día la crítica, la pregunta por el ‘¿y sí se puede vivir de eso?’. Esto ha significado descubrir una nueva forma de dialogar con mi masculinidad, lo andrógino que considero es mi cuerpo y lo femenino que también está presente como eje transversal en esta danza. Ha significado preguntarme por mi responsabilidad sobre el hecho de que siento que los estereotipos impuestos culturalmente sobre los cuerpos deben diluirse”, enfatiza.
Rashad ha enfrentado negativas, obstáculos y malas experiencias al afirmarse como bailarín. Esto solo lo ha fortalecido. Hace algunos años, fue invitado a participar en un evento de danzas árabes organizado por el Club Libanés, con el embajador de Palestina como invitado especial. Y durante su baile, le cortaron la música. Él pensó que fue una falla técnica. “ Cuando pregunté me dijeron que el embajador no quería que yo siguiera bailando. Me fui muy triste y pensé en jamás volver a practicar esa danza, pues quizá no era apropiado que yo bailara siendo hombre. Ocho meses después, me encontré con el técnico que había colocado mi música aquella noche y él me compartió que la razón por la que el embajador palestino no quería que yo bailara era porque su esposa me miraba de manera muy festiva, en últimas, por celos. Al escuchar esto me animé mucho a continuar estudiando y aprendiendo danzas árabes”, explica.
«Ser bailarín de danzas árabes en un país como Colombia es toda una epopeya. Significa dejar de lado tus propios prejuicios y enfrentar cada día la crítica, la pregunta por el ‘¿y sí se puede vivir de eso?’. Esto ha significado descubrir una nueva forma de dialogar con mi masculinidad, lo andrógino que considero es mi cuerpo y lo femenino que también está presente como eje transversal en esta danza. «
Hoy esos días han quedado atrás, pero ha sido largo el camino. Graduado en Trabajo Social en la Universidad Nacional, sus padres, que lo apoyaron desde el comienzo, tuvieron que asimilar que él, como muchos artistas, quería ser un bailarín a tiempo completo y eso no fue fácil. Tampoco fue fácil, aparte de enfrentar críticas del medio, lograr vivir del arte, ya que en Colombia eso implica invertir tiempo, dinero y luchar con las uñas. De hecho, se pagó su maestría de Teatro y Artes Vivas bailando en el restaurante Kathmandú, donde aún deleita a los comensales. Y sobre todo, como maestro, donde no ha querido repetir – ni por asomo- la discriminación que él sufrió por su género al comenzar a bailar.
únicas que cuentan: “ Durante varios años me he desempeñado como tutor de danza oriental y quienes más me motivaron a dedicarme de lleno a ella fueron mis estudiantes de mis grupos de adultas mayores, quienes me compartían cómo luego de muchos de haber trabajado podían al fin dedicarse a su gran pasión, la danza. Escucharlas fue un motor inconmensurable, pues mi familia no estaba muy convencida con mi decisión de no ejercer el Trabajo Social.”, narra. Orgullosamente, es el mayor motivador de que otras formas corporales puedan ser visibilizadas en su arte, que ha sido reconocido incluso en programas como “Colombia tiene Talento”, donde fue semifinalista y en donde recibió buenas críticas. Este talento también lo ha llevado hacia Argentina, la meca latinoamericana de la Danza Oriental.
Rashad y Jesús son la misma persona. Costeño de corazón y de origen, también enseña champeta y ha encontrado en maestros como el argentino Óscar Flores, en la paisa María Isabel Ángel y en la maestra Hanan- Al Mutawa sus mayores inspiraciones. Pero al hablar de la danza habla de su existencia. “Descubrí en ella que el silencio que me había acompañado en el mundo académico tenía una razón de ser, descubrí un cuerpo que podría expresarse sin palabras, a través de la música y sus reverberancias. Descubrí que había todo un lenguaje completo del que quise y continúo aprendiendo. Tuve la oportunidad de conocer y compartir con esa faceta mía que hasta entonces era desconocida e incierta”. Rashad, al fin y al cabo, es tan poético como sus movimientos.
Rashad es actualmente maestro de la academia Saltana. Puedes seguirlo en su cuenta de Instagram: @rashaddancer .
Fuente.Publimetro.